En la tercera parte de la extensa entrevista con la fundadora de la marca de productos étnicos Asemgul Kabeldinova, hablamos sobre cómo las clases magistrales de cocina tradicional de carne se están convirtiendo en un punto de contacto con la memoria ancestral, cómo la reinterpretación de las tradiciones culinarias kazajas les ayuda no solo a sobrevivir, sino también a recuperar un lugar de honor en los hogares, y también sobre un sueño: crear todo un ecosistema en el que el sabor, la cultura y el futuro se unan en un solo espacio.
¿Después de sus clases magistrales, las chicas empiezan a aplicar los conocimientos en su vida diaria? ¿Puede darnos algunos ejemplos?
— Sin duda. Nuestras reuniones no son solo clases magistrales de un día. Son un paso hacia el despertar de la conciencia nacional. La particularidad de estas reuniones es que cada participante prepara con sus propias manos kazy y shuzhuk, y luego se los lleva a casa. Siempre decimos: "Compártanlo no solo con su mesa, sino también con su familia. Sientan la alegría. Transmitan el sabor, y el significado".
A partir de ese momento, cada una se lleva consigo no solo un producto, sino el aroma, la calidez y el espíritu del pueblo kazajo.
Una preparó kazy junto con su madre.
Otra le regaló shuzhuk a su suegra.
La tercera sirvió con orgullo el plato a su marido y le dijo:
"Lo he hecho yo misma".
Y luego viene una ola de cálidas reseñas: "Los de casa se sorprendieron: ¡el kazy tiene un sabor completamente diferente!", "Nunca habíamos probado un shuzhuk así", "La familia valoró mi trabajo", "Ahora solo les compraremos a ustedes".
Podría parecer una habilidad común. Pero, realizada con alma, se convierte en un puente entre la persona y sus raíces.
Lo más importante es que estas mujeres se han convertido en nuestras clientas habituales. Porque no solo probaron el producto, sino que lo sintieron con el corazón. Y lo que se siente con el corazón, no se olvida.
Esto no es solo comida.
Esto es memoria, respeto, amor.
Este es un puente vivo entre generaciones.
Y lo crean las mujeres kazajas.
Usted se basa en las tradiciones. ¿Cómo consigue adaptarlas al mercado moderno?
— Mi tarea es ir al ritmo de los tiempos, sin perder el contacto con las raíces. Intento hablar de las tradiciones en el lenguaje de hoy, en formatos que sean comprensibles y cercanos al público moderno.
La cultura kazaja es un riquísimo patrimonio: kazy, shuzhuk, tabaq tartu, kalzha, sybaga. Detrás de cada uno hay una filosofía, un profundo significado, un sistema de valores. La gente no ha perdido el interés en esto. Solo hay que contárselo de forma accesible, con alma, con amor.
Promociono los platos nacionales a través de Instagram y TikTok, imparto clases magistrales donde combino la cocina y elementos del traje nacional, muestro el kazy y el shuzhuk no solo como comida, sino como una manifestación de amor, respeto, cuidado: de la madre a los hijos, de la nuera a la familia.
El consumidor moderno es sensible a los detalles: el sabor, la calidad, el embalaje, la estética, la historia, todo importa. Y trato de reunir todo esto en un solo producto.
El tiempo es imposible de detener. Pero es posible reinterpretar las tradiciones, para que resuenen en el contexto moderno.
Mi sueño es devolver la carne tradicional al lugar de honor en la mesa familiar. No como nostalgia, sino como una parte viva de la cultura, que nos habla en el lenguaje del respeto y el amor. Esto no es solo un negocio. Esta es mi misión.